Con la novedad de que hoy se acaba el mundo, y yo con tanto por decir y tanto por hacer.
Lo único bueno de todo esto es que creo que he sido buena con el polizón. Nunca le negué nada. Ni una nieve, como los señores el otro día afuera del super que llevaban al niño privado, amoratado de tanto llorar, todo porque no le compraron un helado de a 20 pesitos. Sus razones tendrían, yo por eso al chamaco nunca lo llevé a las tiendas, para evitar esos tangos que hacen porque todo quieren.
Hoy que se acaba el mundo creo que no tiene nada que reprocharme. Y bueno cómo mi pecho no es bodega y este mundo se va a acabar, tengo que decir que a mí dos cosas hermosas me han pasado en la vida y no son cosas, son personas; que me he enamorado una sola vez en mi vida y que no lo vuelvo a hacer; que hoy vi antes de salir de casa un cielo hermosamente estrellado y un lucero tan brillante que me alegró el día, que he aprendido que es mejor estar sola por las razones correctas que acompañada por las razones equivocadas. Que soy una cursi de lo peor.
Pero hoy que esto va a reventar como bomba, me puse a pensar en lo triste que va a estar el papá del gober, que no va a ver terminada la #malditamilvecesmalditalíneatresdeltrenligero, y que el mercado Corona tampoco se va a entregar y que los Arcos del Milenio se quedaron mochos, y que los baches inundaron la ciudad, y que nunca voy a ver el maldito balizamiento sobre Lázaro Cárdenas a la altura del Álamo.
Voy a extrañar mi Chai con leche deslactosada “lait” del Starbucks. He bajado cuatro kilos y ya no habrá tiempo de presumirselos. La vida no vale nada.
Pero antes de que se acabe y aunque no sea viernes, vayan y que hoy toque, mínimo para terminar con felicidad la vida.
A mí, acaba de picarme un mosco, ya no importa si es “chingunguya” o cómo se llame. Al cabo que esto se acabó. ¿Qué no?
A ver si nos encontramos en otros mares, en algún océano o en una playa sobreviviendo al naufragio o nadando de a muertito.
Feliz fin del mundo.